
La situación de pandemia aparecida a principios de 2020 ha generado cambios sustanciales que no solo han afectado de manera directa a todos los estratos de nuestra sociedad, sino que han modificado o alterado nuestros hábitos de vida llegando a incidir también al ámbito patrimonial y urbano. Tras establecerse la figura del Estado de Alarma como principal instrumento contra la covid-19, los cierres perimetrales de Comunidades Autónomas, provincias e incluso ciudades se volvieron más que habituales. En el caso andaluz la movilidad fue prácticamente restringida a los propios municipios y/o al perímetro provincial, en función del número de contagios.
Esta serie de medidas han repercutido directamente sobre el patrimonio de carácter local, ya que este ha pasado de ocupar en muchos casos un segundo o tercer plano a ser un agente atractor y principal. Cuando nos referimos a patrimonio no solo es aquel caracterizado por un bien inmueble, sino a todo el abanico de sus acepciones. Habitualmente solemos visitar determinados elementos patrimoniales determinados por su reconocimiento y renombre. Ejemplo de ello lo sería en Sevilla su catedral o Alcázar o en Granada la Alhambra. Sin embargo, no solo hablamos en esta ocasión de los bienes hallados en las grandes ciudades.
Las ciudades medias y pequeñas han representado en este escenario un rol fundamental ya que han supuesto una oportunidad de redescubrimiento y esparcimiento ante la imposibilidad de trasgredir los límites provinciales. Ciudades con un rico patrimonio como Carmona o Écija han constituido parte de nuestra agenda, en la cual hasta ahora nunca antes habían sido visitadas. Así pues, el patrimonio natural también ha escalado de posición sobre todo lugares como el Corredor Verde del Guadiamar o el Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla. Estos espacios patrimoniales han sorprendido incluso al visitante más cercano que otrora recorría una distancia mayor ante la búsqueda de un espacio similar.
El desconocimiento de nuestro patrimonio más cercano ha generado un redescubrimiento del mismo derivado de las medidas adoptadas ante la situación sanitaria. El debate que se propone intenta invitar a la reflexión sobre planteamientos cómo el recorrer kilómetros para conocer el patrimonio, cuando realmente desconocemos el más cercano. ¿Es importante conocer nuestro patrimonio local? ¿o sería indiferente? ¿No es acaso la protección del patrimonio un conceso social sobre un elemento al que otorgamos valor y deseamos preservar? Invitamos a cada cual a reflexionar sobre el patrimonio local durante el Estado de Alarma y la experiencia personal de algún “descubrimiento” patrimonial.
El presente debate estará abierto hasta el 15/06/2021.
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Viendo el lado positivo que nos dejó esta pandemia es el valorar tanto nuestro patrimonio, la importancia del espacio público, el valor de la organización de la ciudad, del equipamiento, ya que en tiempos de crisis valoramos aspectos que al vivir cómodamente no les prestamos mucha importancia. Esta pandemia nos enseñó a valorar hasta nuestra propia vivienda y la importancia de los espacios dentro de casa, ya que antes de esto nuestros hogares eran más de descanso por llevar una vida fuera de los hogares. Al prestarle mayor atención actualmente a la ciudad nos damos cuenta de espacios o edificaciones de la ciudad que no son considerados como Bienes de Interés Cultural, dejándolos a un lado por cuestión de prestarles más atención o proteger los Bienes de mayor renombre que es lo que el turismo o la misma gente Sevilla les presta más atención. Sin embargo hay Bienes Culturales más allá de los conocidos actualmente que la sociedad debería conocer, al tener la movilidad restringida y el encierro en nuestros hogares por mucho tiempo valoramos espacios de la ciudad que en nuestra vida cotidiana simplemente no se ve pasar. Hay lugares, edificios y espacio que pueden no ser antiguos pero sin embargo deberíamos cuidarlos por su valor que la misma sociedad le da y que con el paso del tiempo tienen que prevalecer. Hoy más que nunca le empezamos a dar valor y apreciar al Patrimonio menos reconocido, el movimiento que hizo “Airbnb” como parte de su campaña publicitaria me llamo mucho la atención, esta se llama “GO NEAR” la cual consistía en viajar local y conocer parte de tu misma ciudad o pueblo que muchas veces vivimos el día a día que no le tomamos la importancia de conocer lo nuestro. Nos enfocamos en salir a conocer otras ciudades, otros países cuando hay mucho que conocer en nuestro entorno inmediato, claro que viajando se aprende porque conoces otro patrimonio, otro valor que se les da, la manera en que es protegido y muchas veces en países no se protege y no se valora de la misma forma. Otro aspecto importante es el renombre del Patrimonio que acapara a los otros bienes de interés cultural, que el mismo gobierno o las mismas ordenanzas no le dan el valor necesario a los otros BIC o simplemente se pasan por alto. Al no ser protegidos estos bienes de interés cultural con el paso de tiempo y el crecimiento de la ciudad van teniendo modificaciones o simplemente se pierden dentro de una ciudad moderna porque son consumidas por las nuevas edificaciones. Al no estar protegidos contextualmente (su entorno) van perdiendo valor y la gente los toma como una edificación más, no existe ese sentir de protegerlo y cuidarlo de la sociedad. En cambio con uno de renombre, toda la sociedad consiente o inconscientemente lo cuidamos. Podemos verlo con la Catedral, que aparte de ser protegido su contexto, y el buen mantenimiento y conservación que tiene, la misma gente cuida de ella, con poco a mucho que aporte cada persona en no tirar basura, respetar el no dañar las edificaciones, etc. Poniendo un elemento fuera de contexto toda la sociedad enseguida exclamaría su disgusto porque es un patrimonio que está a la vista de todo mundo, incluso de otros países. En cambio los bienes de interés cultural como el analizado en nuestra materia de Patrimonio Urbano y planeamiento pudimos notar y llegar a la conclusión que los Bienes de interés cultural catalogados con protección integral que están fuera del centro histórico están menos protegidos en su entorno, con edificaciones que dañan su contemplación, una contaminación visual bastante notable, incluso edificaciones de uso y publicidad muy deformables para apreciar este BIC. El conocer nuestro patrimonio nos abre muchas puertas a la reflexión y comparación profesional de cómo se hizo en otras partes del mundo o en otras ciudades o comunidades. El conocer nuestro patrimonio nos permite ver por qué se hicieron así las cosas, qué funcionó y qué errores se cometieron para aprender de ellos a lo largo de la historia, cómo cambia la ciudad o su crecimiento. También podemos ver de qué manera sin beneficiados o no los Bienes de Interés Cultural para aprender a proteger los nuevos que al paso del tiempo se convertirán en patrimonio y así darles el valor y entorno que se merecen porque bien dice “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” -filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana. En México no es tan relevante la protección de los Bienes de Interés Cultural como en España, de igual manera las ordenanzas especiales se enfocan al centro histórico de las ciudades y en las comunidades (que son muchas) no se exige, Actualmente está pasando el fenómeno de gente extranjera comprando parcelas en estos pueblos e incorporando viviendas fuera de contexto que dañan demasiado la imagen de estas comunidades por no estar protegidas en ningún ámbito. Esto pasa porque la ciudad no deja de crecer y no hay un control, apenas en México se está proponiendo “La Política Nacional de Suelo” para darle un orden o un seguimiento a este crecimiento exponencial descontrolado en mancha de aceite, analizando el pasado, el presente y el futuro. La ciudad no dejará de crecer. Respetar los bienes de interés histórico y patrimonial que caracterizan nuestro país es muy importante porque una ciudad puede ver su avance a través de su historia, ya sea su progreso o su estancamiento en el tiempo. Actualmente se está olvidando esta protección al no tener un control de crecimiento o una estrategia para cada una de las zonas u áreas de la ciudad.
Durante la pandemia, la concepción de muchos intereses sociales cambió, así como las prioridades de muchas personas. Naturalmente, cambió también el interés patrimonial de las personas, lo que tuvo como consecuencia que cambiaron los viajes y los monumentos que se quieren descubrir o descubrir otra vez.
Indudablemente, este fenómeno ha sido altamente fomentado por los cierres perimetrales de Comunidades Autónomas, creando un interés por los lugares más relevantes que nos rodean y, muy a menudo, creando también interés por un patrimonio natural, un sendero o un pueblo asegurándose de tener una revancha de un patrimonio muy a menudo descuidado o apreciado solo en parte. Para decirlo con palabras del sociólogo francés Eric Charmes, hubo una verdadera «venganza de los pueblos».
Entonces, se puede responder a las preguntas hechas al final del artículo, diciendo que sí. Es importante conocer el patrimonio local y también, si, es importante tener un consenso social en la protección de un patrimonio. Sin embargo, responder a estas preguntas nos lleva a otra reflexión: el turismo que queremos para nuestras ciudades. ¿Hay que favorecer el turismo de masas que es poco respetuoso? ¿El que se suele encontrarse en las capitales?
Personalmente, no lo creo. Por eso pienso que ha sido una ocasión, por desgracia necesitada, de redefinir las normas del turismo y crear un turismo con mayor atención a la sostenibilidad, autenticidad, redescubrimiento de lo local, pero sobre todo más interesado en el patrimonio intangible, como puede ser la cultura de un lugar y no solo sus monumentos.
EL estado de alarma y su consecuente restricción de la movilidad ha supuesto un cambio en los hábitos de las personas. El hecho de no poder salir de tu municipio, provincia o comunidad autónoma ha hecho que miremos con otros ojos los espacios que nos rodean.
En un principio; conocer jerez de la frontera, sin el bullicio de la gente, sin sus ajetreos de los bares o comercios, sin ir con un plan predeterminado, hace que tengas otra mirada de los espacios de esta ciudad. He pasado muchas veces por delante de la catedral, sí Jerez tiene catedral, pero nunca me había parado a sentarme frente a una de sus puertas a ver un atardecer, este espacio siempre había estado repleto de personas, de ajetreo, comercios y un estilo de vida acelerado que te impedían en cierta manera pararte a observar.
Este es solo un ejemplo de bienes patrimoniales que he ido «Re-descubriendo» durante el estado de alarma. Cuando nos pudimos desplazar a nivel provincial fui en varias ocasiones a Cádiz, una ciudad que aunque esté muy cercana a Jerez no he frecuentado demasiado. Conocer el centro de Cádiz, sus edificios históricos, sus playas…de una forma no tan masificada como de costumbre te hace valorar el patrimonio que tienes cerca, porque lo haces «tuyo».
Por último, cuando abrieron la movilidad a nivel autonómico fui a conocer la Vía Verde de la sierra norte de Sevilla. La recorrí en bicicleta y no tiene nada que envidiarles a otras muchas rutas. El nacimiento del Hueznar, Patrimonio Natural, cuenta con una ruta verde con muchos Km de travesía para poder disfrutar de sus paisajes.
Acostumbrados a viajar a destinos las lejanos y admirar sus monumentos, el aspecto positivo que podemos sacar de estas restricciones es la capacidad de redescubrir espacios cercanos a tu ciudad que no éramos conscientes de la dimensión que podrían llegar a tomar.
Tanto Cádiz como Jerez son ciudades muy interesantes, aunque Cádiz me llama especialmente la atención porque creo que ha conservado magníficamente su Conjunto Histórico más allá de piezas aisladas de gran valor como la catedral. Es una ciudad en la que paseando por sus calles se identifica inequívocamente el entorno histórico caracterizado por su urbanismo y por su caserío muy bien conservado. Además, edificios de distintas épocas e incluso edificios modernos conservan, sin caer en falso histórico, la tan característica disposición de fachadas con acabado de piedra ostionera en planta baja y enfoscado en colores claros en las superiores. Las viviendas sociales de Álvaro Siza son un clarísimo ejemplo de ello y, desde mi punto de vista, un ejemplo afable de cómo arquitectura contemporánea y adaptación a entornos históricos sensibles no están reñidos. Probablemente todo esto que estoy comentando tiene mucho que ver con que Cádiz fuera pionera en normas urbanísticas tras el terremoto de Lisboa en el Siglo XVIII, porque creo que no solo ayudó a crear un paisaje urbano determinado y a conservar unas ciertas características, sino que creó una conciencia sobre la ciudad que dura hasta nuestros días.
En fin, me he alargado un poco, pero no he podido resistirme a comentar porque Cádiz es una ciudad que realmente valoro muchísimo.
El patrimonio local es la mayor representación de una sociedad, está ligado directamente al territorio, la historia, cultura, hábitos, forma de vivir, ideología, economía, tecnología y a los habitantes del lugar. Se considera patrimonio no solo al conjunto de bienes inmuebles sino también al espacio arquitectónico y natural que lo constituyen, que cumplen una función social o científica, representando un periodo histórico determinado, o que cuentan con un valor de relevancia histórica, funcional, espacial, estética, social, cultural, o incluso de diseño.
Es fundamental conocer el patrimonio cultural para llegar a comprender la sociedad y poder tener una visión crítica a la hora de conocer otros lugares y otras sociedades. Esta pandemia nos ha llevado a una situación que nunca antes habíamos vivido, el confinamiento en las viviendas, y posteriormente el confinamiento perimetral, el cual se prohibió salir de los municipios o provincias. Esto nos ha permitido tener otra visión de la propia vivienda y de la ciudad, ya que, al no poder salir de ella, se comienzan a descubrir lugares que en tiempos anteriores por el ritmo de vida que llevamos se pasan por alto, y que son cruciales para entender nuestra sociedad. Muchos de estos espacios están protegidos y catalogados como Bien de Interés Cultural (BIC) en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), lo que permite que se conserven a lo largo del tiempo, pero otros espacios de gran valor para la sociedad por su valor arquitectónico, espacial y cultural no se encuentran protegidos, quizás por desconocimiento de dichos valores, y que pueden llegar a ser objeto del abandono, incluso la demolición del mismo generando una importante pérdida para nuestra cultura.
Uno de los lugares que siempre me ha llamado la atención de Sevilla es San Nicolás del Puerto. Es un municipio que se encuentra en la Sierra Norte a 93km al noreste de la capital. Nunca había tenido la ocasión de poder visitarlo, algo que fue posible gracias al confinamiento perimetral de la provincia, pudiendo ir este pasado mes de mayo. San Nicolás del Puerto fue poblado por los celtas y los romanos, la llamaron Hiporcia y construyeron el puente de piedra sobre el río Galindón. En época musulmana fueron explotadas sus minas de plata y fue construido un castillo del que persisten sus ruinas. Actualmente su economía se basa en el turismo (de montaña , pesca y caza), en la agricultura (olivares, trigo), la ganadería (porcina , ovina y caprina).
Allí se encuentra el nacimiento del Río Huéznar, es el manantial mas caudaloso de la provincia de Sevilla, un lugar con un enorme valor ecológico y de una belleza increíble, lo que mas me llamo la atención sin duda fue la Cascada del Huéznar, rodeadas de olmos, fresnos, sauces y alisos, un espacio natural único, que lo convierte en uno de los elementos más representativos del pueblo.
El propio pueblo es consciente del gran valor que tienen estos espacios naturales, tanto histórico, espacial, social y cultural. Gran parte de su economía gira en torno a ello, lo que garantiza su protección y conservación de estos espacios.
La humanidad entera ha vivido este último año un hecho histórico y dramático que, como todos los acontecimientos de este tipo, ha dado lugar a debates, reflexiones, aprendizajes y, con ello, seguro que traerá cambios.
Uno de los aspectos en los que han surgido esas reflexiones es en la relación con el patrimonio local. Al terminar el confinamiento, buena parte de los museos y lugares patrimoniales permanecieron cerrados, y eso hizo que creciera el debate en torno a la relación de los habitantes con su patrimonio local y a la necesidad de abrirlo para el disfrute de las personas de la propia ciudad. Lo contrario, era una muestra de que el patrimonio funcionaba por y para el turismo. Desgraciadamente, una vez pasado más de un año desde ese momento, las cifras no han sido muy alentadoras para los defensores del patrimonio local como bien al servicio de la ciudadanía y no del turismo. Se puede analizar en ese sentido el ejemplo del Alcázar de Sevilla, que decidió abrir en junio de 2020. En el segundo semestre de 2019 recibió un total de 1.016.778 visitas, de las que 69.140 eran sevillanos. En el mismo periodo de 2020, en plena pandemia, recibió sólo 513.285 (prácticamente el 50% de lo que recibió el año anterior) de las que 63.402 eran sevillanas. Es decir, sin turistas las visitas se desplomaron, pero los sevillanos no aprovecharon para acercarse a su patrimonio (al menos, no más que otros años) . En torno al 9% de los sevillanos visitaron el Alcázar en el año 2020. A nivel estatal la tendencia es hasta peor, como demuestra el estudio hecho por el observatorio de museos de España que señala que en el segundo semestre de 2020 las visitas a museos cayeron una media del 74%.
Sí que se ha visto, sin embargo, una tendencia a conocer el entorno cercano por parte de la población, ya que ante las limitaciones, la gente ha optado por visitar lugares de su misma provincia. Aunque los datos son más difíciles de demostrar porque en muchas ocasiones no está ligada la visita a una pernoctación hotelera, ciudades como Carmona, Osuna, Écija o Marchena han visto durante los fines de semana de esta etapa sus calles llenas de personas que han aprovechado para conocer o redescubrir estos entornos de gran riqueza patrimonial. Muchos, gracias a esta experiencia, han valorado y se han hecho conscientes de la riqueza patrimonial que tenemos mucho más cerca de lo que a veces se piensa. Y este interés por conocer lo local en esta situación es muestra de la importancia que tiene el patrimonio en la sociedad, aunque a veces se deje de lado en patrimonio propio porque parece más atractivo lo desconocido, lo lejano, ya que puede ser entendido como más exótico que en conocer lo propio.
El ámbito donde más claro se ha visto esta tendencia es en el del patrimonio natural, ya que el tiempo de encierro y los requerimientos de la situación sanitaria han hecho que se valore más que nunca el entorno natural, el espacio libre, el aire puro… Los datos de las asociaciones de establecimientos rurales son claros, ya que desde 2021 este sector tiene ocupación completa en momentos claves para la movilidad (fines de semana, puentes, Semana Santa…). Esta situación, debería, y así está siendo, ayudar a replantear la importancia que se le da a los entornos naturales, espacios que por buena parte de la población ni si quiera entran en el imaginario de lo que es el patrimonio. Sin embargo, es de nuestros patrimonios más valiosos, porque tiene innumerables valores no sólo medioambientales sino también sociales, culturales e incluso históricos.
Esta experiencia y exaltación de la vida en los espacios abiertos probablemente también ayude al conjunto de la sociedad a valorar la importancia de los entornos que configuran un paisaje y un conjunto patrimonial más allá de piezas aisladas. Resulta sorprendente ver cómo, no solo las personas ajenas a la profesión sino que son incluso muchos arquitectos los que no suelen tener este entendimiento de conjunto. Nadie duda de la importancia del Alcázar o de la Catedral en Sevilla, pero el asunto ya es mucho más complicado cuando hablamos de su entorno, del conjunto de edificaciones, de las calles y su tratamiento, de todo lo que rodea y acompañan a estos monumentos que están insertados en una realidad histórica concreta y que, sin ello, pierden parte de su valor. Una concienciación sobre esto último es mucho más difícil de encontrar, pero es muy importante en la cualificación, la comprensión y el cuidado del patrimonio. Y quizás, como introducía, el haber vivido más intensamente los espacios exteriores haya ayudado a observar y reflexionar sobre su tratamiento ,lo que significan , lo que dicen de nuestra cultura, de qué dan testimonio y cómo afectan y enriquecen a la sociedad actual su conservación y puesta en valor.
Desde el punto de vista de la experiencia personal, en este periodo también me he sumado a ese grupo de personas que ha redescubierto el patrimonio de su entorno y, concretamente, el patrimonio natural. La zona de las Riberas del Guadaíra, en Alcalá de Guadaíra, es un valiosísimo entorno natural a tan solo unos minutos de la capital. Y se caracteriza porque además de sus valores naturales, con una intensísima y variada vegetación difícil de encontrar en la seca campiña sevillana, destaca por ser el sitio del conjunto de molinos que se conserva junto al río. Un conjunto de edificaciones de gran interés, con algunas que son hasta del Siglo XIII, que tienen un importante valor histórico y cultural, pues son imprescindibles para entender la historia, la sociedad y el desarrollo económico de la localidad. Todavía hoy son muchas las personas que la conocen como «Alcalá de los Panaderos», muestra de la importancia que este oficio tuvo en la localidad y que, probablemente, no se habría dado si la importante economía agrícola de la zona no se hubiera acompañado de estos elementos industriales que son los molinos, con los que se hacía la harina a partir del trigo cultivado.
La crisis del COVID-19 ha tenido un impacto en todas las dimensiones de nuestras vidas, pero a la vez, ha generado numerosas iniciativas. Un ejemplo de ello ha sido el fomentar todo lo local. Por ejemplo, muchos de nosotros hemos recurrido a la cultura para reconfortarnos o superar el aislamiento social durante esta crisis sanitaria y ¨gracias¨ a las restricciones de movilidad hemos realizado todas estas actividades en nuestro lugar de residencia. Esto ha hecho que redescubramos nuevos lugares o simplemente volvamos al mismo destino después de mucho tiempo sin hacerlo, llegando a intensificar su vivencia o verlo desde otro punto de vista. En mi experiencia personal lo he hecho, he vuelto a visitar el Museo de la Paz de Guernica (dentro de otros ejemplos como el Museo Arqueológico de Bilbao, etc.), después de no haberlo hecho durante muchos años y lo he experimentado de otra forma, simplemente me di cuenta que había mucho que ni siquiera recordaba. Ha habido lugares que siempre he sabido que estaban ahí y conocía, pero no me he acercado a visitarlos hasta ahora, ya que cuando he tenido la oportunidad de conocer o descubrir nuevos espacios tiendo a salir de mi entorno como forma de liberarme.
Aún así, en mi caso vivo en un municipio que pertenece a La Reserva de la Biosfera de Urdaibai declarada por la UNESCO en 1984 por el valioso patrimonio natural, cultural y social que atesora. Por esta misma razón, a lo largo de la educación recibida siempre ha sido esencial promovernos esa preservación de nuestro patrimonio, concienciarnos de la importancia que tiene y comprometernos con ello. Por todo esto, siento que la educación en este aspecto tiene mucha importancia, ya que además de enseñarnos a conocer el pasado local ayudaría a concienciarnos del verdadero peso de ésta.
Todas las personas nos sentimos identificadas con nuestra localidad, donde el patrimonio ayuda a conocer el pasado y la historia de nuestra población. El patrimonio nos hace sentir parte de ella, y si no se defendiese no tendríamos ese sentimiento de pertenencia ya que nuestro entorno sufriría una continua transformación y perdería los valores que tiene.
Está en nuestras manos aprovechar esta crisis para transformarla en oportunidad, con la finalidad de nutrirnos con aquello que nos han aportado nuestros antepasados y seguir enriqueciendo el patrimonio. Para ello, hay que comprometer a los ciudadanos, sobre todo jóvenes, ya que somos los que definiremos nuestra ciudad en un futuro y podemos llegar a ser una red importante que ayude a favorecer y difundir la importancia y los valores de esos lugares.
El patrimonio es lo que le hace auténtico a nuestro pueblo o ciudad, y sin él todo terminaría siendo uniforme y sin ninguna identidad, algo que esta ocurriendo en otros muchos sectores. Por tanto, conocer, valorar y actuar en favor de nuestro patrimonio local es tarea de todos, ya que forma parte de nuestro legado, si no estaríamos destinados a perderlo.
Desde hace ya muchos años atrás las posibilidades del ser humano para trasladarse de un lugar a otro han ido aumentando, consiguiendo además que cada vez estos movimientos sean más cómodos y rápidos. Esto ha dado lugar a un creciente número de viajes reforzado por el interés de la sociedad a descubrir nuevos lugares icónicos de gran valor patrimonial. A su vez, ha generado a grandes masificaciones en los puntos turísticos, convirtiéndose en un problema en ciertas ciudades. Un claro ejemplo de esto puede ser la ciudad de Venecia, una ciudad en la que actualmente los propios residentes se han visto obligados a abandonar su ciudad.
En contraposición, con la llegada del Covid este último año, las cosas han cambiado de forma significativa. Dentro de las medidas tomadas para paliar esta situación, uno de los aspectos que más afectado se ha visto es la movilidad, pues durante muchos meses nos hemos visto limitados a permanecer en perímetros determinados. Esto por otro lado nos ha “obligado” a volver a redescubrir nuestras ciudades, a visitar esos lugares ya visitados pero con una nueva perspectiva, o incluso a descubrir lugares que teníamos a nuestro alcance y nunca fuimos.
Analizando la situación específica de Canarias y consultado los datos del ISTAC (Instituto Canario de Estadísticas) se puede observar como el turismo tanto extranjero, nacional e insular se ha reducido de forma notable, dando valores negativos durante todo el año. Es decir, durante estos meses, las islas apenas han recibido turismo siendo habitadas casi de forma exclusiva por sus habitantes.
Y aunque esto suponga problemas en muchos aspectos, también ha supuesto algo positivo para todos nosotros, y es que, Canarias desde hace ya algunas décadas se ha convertido en un lugar turístico, tanto que en ciertos lugares te hablan directamente en otro idioma suponiendo que no eres de allí incluso nos hemos acostumbrado a que todos los lugares estén abarrotados.
Sin embargo, durante este verano que ha sido el periodo donde más notable ha sido la ausencia del turismo hemos tenido una nueva oportunidad, una nueva ocasión para volver a descubrir sus rincones. Creo que los residentes con lo que más identificados nos sentimos y quizá sea una de las cosas que más valoramos de nuestras islas es su patrimonio natural que cubre como manto cada metro de la superficie acompañado de un cálido clima. Al fin y al cabo Canarias es eso, el archipiélago representa el poder estar por la mañana en el segundo volcán más alto de Europa, a medio día descender por bosques tan frondosos que no permiten la visión de otros lugares trasladándote a paisajes que parecen como cuentos de hadas para finalmente acabar viendo el atardecer en una playa de arena negra.
¿Y esta nueva oportunidad en qué ha consistido? Pues como se comentaba anteriormente, durante muchos años nos hemos visto recorriendo lugares abarrotados por turistas que ahora no están. Durante este verano hemos tenido la oportunidad de visitar lugares “vacíos” y conocerlos como verdaderamente son incluso apreciar cosas que antes eran imposibles.
A nivel personal, el silencio propio de los lugares es lo que más ha incidido a la hora de redescubrir el patrimonio natural. Esa ausencia de contaminación acústica generada por los humanos nos ha permitido valorar el “ruido” y «silencio» de la naturaleza. Creo que nos ha dado la oportunidad de conectar de una forma mucho más fuerte con el entorno que habitamos, hemos tenido la posibilidad de acudir a un mirador y escuchar la brisa del viento que hace mover las hojas, escuchar a los animales que allí viven incluso poderlos observar de una forma más cercana, escuchar y contemplar el cauce del agua fluyendo, o las olas del mar en la playa… Sonidos que no son propios de nuestras ruidosas ciudades y nos hacen acercarnos a esa naturaleza que tanto valoramos y con la que tan identificado nos sentimos. Aunque la pandemia ha supuesto un acontecimiento negativo y catastrófico para la sociedad, no podemos obviar aquellos aspectos positivos ligados a ella, entre otros el redescubrir nuestro patrimonio.
Debido a la situación provocada por el Covid en la que durante muchos meses hemos tenido cierres perimetrales en las Comunidades Autónomas, provinciales o municipales, nos ha permitido vivir de una manera diferente nuestras ciudades así como el patrimonio más cercano.
Si pensamos en algo representativo de la ciudad de Córdoba, creo que lo primero que se nos puede venir a la mente como arquitectos quizás sea que es uno de los centros históricos más grandes de Europa o su Mezquita. Pero realmente córdoba es mayo, y lo que es lo mismo, mayo es cordobés, y eso es algo que solo los que vivimos en Córdoba sabemos. Córdoba con la primavera se llena de aroma a ahazar y jazmín, de fiestas, color, alegría en las calles, de macetas repletas de flores en los patios, balcones y rejas, de trajes de flamenca y mantones de manila y por supuesto de cante, baile y guitarras. La ciudad comienza a llenarse de turistas, las estrechas e irregulares calles del centro se ven repletas de gente, en su mayoría de turistas. Durante la segunda y tercera semana de mayo se celebra el Festival y Concurso Popular de los Patios, declarado Patrimonio por la UNESCO, en el cual los participantes abren las puertas de sus casas, de modo gratuito, para que puedan ser visitados sus patios y todo el que quiera pueda disfrutar la experiencia.
Córdoba este 2021 ha vivido un mayo atípico marcado por la pandemia del Covid-19. Un mes en el que todos pensábamos que estaría a medio gas, pero nuestra sorpresa fue que con la llegada de mayo, con la primavera y las fiestas de los patios, los propios cordobeses fueron los que dieron vida a este mes, los que llenaron las estrechas calles del centro histórico, los que revisitaron y redescubrieron de una manera diferente esos patios, nada que ver con la experiencia de otros años, me alentaría a decir el mayo más cordobés de la historia. Colas para entrar a los patios, restaurantes y bares llenos, gente en la Mezquita, el Alcázar y la Judería es el recuerdo que tengo de este mes, pero la gran diferencia con años anteriores es que los patios de Córdoba estaban llenos de cordobeses, vecinos de la provincia y andaluces. Sorprendentemente hemos tenido que sufrir unas restricciones de movilidad para volver a vivir esta experiencia, en parte esto se debe a que pensamos que nos conocemos demasiado bien nuestra ciudad, pero tras este punto de inflexión nos deberíamos de dar cuenta de que es erróneo.
Desde mi experiencia personal, como cordobesa, este 2021 más que nunca estos patios han representado el paso del tiempo del recinto, un año en el que se podía entender ese habitar del patio cordobés, ver a esos vecinos que se dedican en cuerpo y alma a cuidar día tras día estos espacios con la única finalidad de que lo disfrutemos todos, conocer los talleres artesanales que están generalmente junto a los patios y que nunca me había fijado, incluso escuchar con atención las anécdotas que te cuentan los propios artesanos. En conclusión un sinfín de detalles que solo se pueden observar si nos desligamos un poco del turismo masivo.
Lo que me plantea la siguiente reflexión ¿por qué si mayo es cordobés, necesitamos tanto exceso de turismo para vivirlo? ¿ por qué no es un turismo más provincial y cercano como este 2021? ¿Por qué siempre que pensamos en viajar lo hacemos lo más lejos posible? ¿Por qué seguimos construyendo hoteles en el centro histórico de Córdoba?
Creo que esta pandemia debería de servirnos para darnos cuenta de que nos quedan muchos lugares/patrimonio por conocer cercanos a nosotros, de que ese exceso de turismo, colas, sitios repletos de gente, en los que con dificultad puedes hacer una foto a un edificio, no ayudan. ¿Nadie se da cuenta de que debemos llegar a un equilibro?.
Estos dos años de gran crisis ligada a la pandemia de Covid han marcado ciertamente un verdadero cambio de nuestras costumbres, modificando profundamente nuestra forma de vivir y, en particular, nuestra forma de vivir la ciudad. Nunca como antes se ha mirado la calidad de vida de un espacio, interno o externo a la propia habitación, y en particular a todos aquellos espacios, marginales, que antes de la pandemia no tenían una verdadera definición en nuestra vida cotidiana, (calles secundarias cerca de casa, plazas y jardines comunes, patios, terrazas y balcones), y que en condiciones de ‘lockdown’, han adquirido un papel fundamental.
La Covid, a pesar de la tragedia de estos años relacionada con las víctimas y con un escenario pandémico que nadie había visto antes, ha conseguido darnos la oportunidad de reflexionar sobre algunos temas. En concreto ha permitido valorar en términos de patrimonio y cultura los lugares de nuestro territorio que antes no eran del todo vistos o utilizados. En efecto, durante el confinamiento y con los pocos desplazamientos permitidos, se pudo observar el propio territorio a una escala inferior, más local, que antes, donde el movimiento era normal en la base de lo cotidiano. Anteriormente, la mirada se dirigía a una escala más amplia, dando importancia a un patrimonio más lejano, dejando de lado el propio más cercano.
Este «paso lento» del tiempo ha sido uno de los principales aspectos que ha llevado a la gente a reflexionar sobre su patrimonio cubriéndolo y buscando en él un reconocimiento de su comunidad social. De hecho, precisamente el patrimonio cultural y esta nueva relación cada vez más estrecha entre ciudadano y ciudad, está en condiciones de ofrecer su contribución para construir un nuevo modelo de desarrollo de la sociedad, en virtud de una economía sana, sostenible y compatible con las vocaciones reales de cada territorio, capaz de valorar y también de aumentar los recursos de las comunidades y del patrimonio local, aumentando su bienestar y la calidad de vida.
Reportando una experiencia personal de «descubrimiento » del patrimonio, hablaría del caso italiano del río Ticino en Pavía. Es un lugar que por su naturaleza une y conecta toda la ciudad, pero que por sí mismo, a causa de su condición de abandono nunca ha logrado ser un polo atrayente para la sociedad. De hecho, durante esta situación, uno de los pocos momentos que teníamos para salir era la excusa de practicar deportes al aire libre, y por eso la relación con el río con el paso de los meses se ha vuelto central, haciendo emerger también las que eran las anteriores problemáticas que afligieron este lugar, a menudo también mal frecuentado. En este momento, en el que parece que la crisis del Covid está llegando a su fin, es evidente que se ha producido un cambio total en la protección de este patrimonio «natural» que hoy es cada vez más utilizado y valorado por personas y familias que han permitido su redescubrimiento, hasta el punto de mover el municipio y la región para su tutela tratando también de crear una nueva economía basada en la salud y la sostenibilidad.
En conclusión, creo que, aunque estos años de crisis han sido muy difíciles, han logrado al mismo tiempo promover un cambio de mentalidad que no podía sino partir de las personas y de los ciudadanos que viven en primer lugar, con la esperanza de que el Covid sea una oportunidad de crisis para tratar de introducir grandes cambios, y no solo un evento histórico a recordar.
Sin duda la pandemia y el estado de alarma ha supuesto un cambio en nuestra forma de vida y en el día a día. Durante el confinamiento vivimos una situación nunca antes conocida. Con las restricciones de movilidad provinciales y/o municipales nos dimos cuenta que nuestros viajes, nuestras reuniones y nuestras visitas tendrían que ser dentro del entorno más cercano, tendríamos que (re)descubrir lo local, lo que siempre ha estado ahí, pero tal vez por costumbre, tal vez por pereza, nunca llegamos a vislumbrar.
Mi experiencia personal vivida durante este tiempo ha ido de la mano de las restricciones de movilidad y la pandemia. Durante el confinamiento decidí comprarme una cámara nueva para poder volver a fotografiar todo cuando fuera posible, volver a inmortalizar mis viajes y recuerdos. El primer acercamiento fue durante la fase 1, en la cual se permitían los paseos de cierta distancia y durante un tiempo determinado. Pues bien, yo en esa época decidí redescubrir mi ciudad, ya la conocía, pero quería verla con otros ojos, en una época convulsa y de muchos cambios. Me hacía muchas preguntas ¿Cómo será una ciudad casi vacía? ¿Dónde estarán los turistas? ¿se reconocerá la catedral y alrededores sin esos veladores, esos turistas ingleses, italianos, japoneses, etc? Decidí entonces hacer una lista de los sitios de más valor de mi ciudad, siempre dentro del radio que me permitía la movilidad. Fue entonces con esa lista cuando dediqué esa hora diaria permitida a salir con mi cámara a la calle y ver de nuevo lo que tantas veces antes había visto pero de una manera completamente distinta.
El primer día fui a la catedral, plaza del cabildo y puente de Triana junto con la torre del Oro (una hora no da para mucho más…) Fue impactante ver una ciudad tan cambiada, sentí que la catedral no era la misma, que le faltaba algo, la plaza del cabildo, tan conocida y a la que tan pocas veces había ido porque siempre estaba a rebosar de turistas. Los días siguientes decidí llevar mi experiencia un paso más allá, pasear por el patrimonio más cercano, el de mi barrio. Paseé por la muralla almohade, el arco de la Macarena, un recorrido por el eje de San Luis y sus distintas iglesias, etc. La sensación fue distinta a cuando fui a la catedral, ya que este recorrido lo hacía casi a diario anteriormente, para ir a la universidad, al trabajo, a quedar con los amigos, etc. Y casi nunca me paraba a ver lo que tenía mi alrededor, a contemplar el valor incalculable de tanta historia y tantas culturas juntas. Fue una experiencia muy grata y que me llevó a valorar mucho más el patrimonio cercano de Sevilla.
Cuando se permitió la movilidad provincial decidí seguir descubriendo patrimonio, mi siguiente visita fue a Carmona, una ciudad en la que había estado muchas veces, pero nunca me había fijado en sus detalles y su gran valor. En Carmona no solo me dediqué a contemplar el valor patrimonial de los edificios. Llamé a la oficina de turismo y me dijeron que durante esa época venían muchos turistas, sobre todo de Japón a contemplar los campos de girasoles. ¿Y si vienen de Japón por que no voy a ir yo teniéndolo tan cerca? Pues decidí ir y me impresionó, campos enteros amarillos, cubiertos de girasoles.
Durante todo el tiempo que pude, seguí (re)descubriendo nuevos lugares y rincones de mi ciudad y de su entorno más cercano, callejones del barrio de Santa Cruz, plazas como la de Santa Marta en la cual siempre había gente y no podrías pararte, Puerta Jerez y la constitución, las cuales sin gente ni turismo pasó de ser un lugar estresante de paso para ir a donde sea, a un lugar de estancia, poder pararse a contemplar, mirar a tu alrededor y ver todas esas cosas que siempre han estado ahí, pero que parece que vemos por primera vez.
Sevilla es una ciudad turística, necesita del turismo como nosotros del comer, pero son en momentos como estos, de desahogo, de pausa, en los que vuelves a sentir que vives ahí, y que no eres un extranjero en una ciudad de turistas. El mayor recuerdo que me deja este periodo es el poder volver a recorrer y sentir mi barrio, mi ciudad tranquilamente y sin el estrés del día a día.
El patrimonio se disfruta más cuando puedes apreciarlo y se aprecia por uno mismo, dedicándole el tiempo necesario a cada edificio, lugar o monumento.
Dejo un enlace con algunas de las fotos que hice para poder comprobar esa sensación de una Sevilla casi vacía: https://flic.kr/s/aHsmW1oKSc